miércoles, 8 de septiembre de 2010

Rosa in La Rivera , Leyendas 2010

Gracias por otra visión del Leyendas, Rosa.


Sufriendo y gozando en el Leyendas 2010
A la llamada de «Todos al “Mar Rojo”» lanzada desde MariskalRock.com, me puse en marcha: encontré alojamiento, a buen precio y no demasiado lejos de la Pinada de San Blas, a muy pocos días del festival. Un milagro.
Aunque ya empiezo a peinar alguna cana, era la primera vez que asistía a un acontecimiento así. En la maleta llevaba muchas ganas de marcha, un cuadernillo de notas por estrenar, una grabadora, la tobillera de repuesto y el ibuprofeno. Mi viaje tenía varios objetivos: gozar como una posesa con la música; recoger datos para un proyecto de investigación lingüística; perder mi virginidad festivalo-rock-jevimetalera; y por último, muy serio y lo más importante, el encargo expreso de mi madre de “encontrar algún amigo y pasártelo bien”, lo que traducido vendría a ser algo así como “a ver si echas un buen polvo, nena”.
Llegué pues al recinto del festival en San Javier, virgen, primeriza y coja poco después de las nueve de la noche del jueves. Me había perdido a uno de los grupos que quería ver, Lone Star, a cuya música solíamos bailar en aquellos guateques de los sábados por la tarde de mi adolescencia.
¡Al rollo!
Recogí mi entrada a todo color y la pulserita lila y rosa, y crucé expectante la puerta del recinto. Vestida de rosa y azul, con sandalias y el pelo recogido con la pluma rosada, me sentí durante unos instantes, pocos, algo desplazada entre la marea negra de calaveras, clavos, tachuelas, tatuajes, cueros, botas puntiagudas, cinturones de balas, cadenas y demás.
En el escenario, el primero de los arcángeles metaleros que se me aparecerían a lo largo del festival, Manuel Escudero, y Santelmo interpretaban “Ángel y demonio”. No recuerdo qué más tocaron, pero en un momento dado atacaron el “Junio del 44″ y “En un bosque de hojas muertas”, que ya tenía muy oídas de la radio, pero en su poderoso directo bajo el cielo abierto del festival, sonaban mil veces mejor.
Me quedé bastante atrás, mirando a mi alrededor, tratando de ubicar los puntos vitales estratégicos para la supervivencia: la barra del bar, tras la que se alzaban montañas de barriles de cerveza y rascacielos de latas y botellas; los váteres de plástico que, según avanzara el festival, se irían rodeando de montones de basura apilada; y los chiringuitos de comida. Y tratando de evitar que nadie, saltando, botando o bailando, me pisara por accidente el pie malo.
Mientras inspeccionaba el recinto, la música dejó de sonar y oí una voz. Me giré, y ahí estaba él, el segundo arcángel anunciador con su rubia melena flotando al viento. Tras esa voz, ese tono y esa coña tan característicos de él reconocí a Oscar Sancho, una de mis estrellas favoritas de la radio, presentando a Evo, cuyo cantante apareció con una diabólica máscara roja y metiendo caña rockera junto al resto del grupo desde el primer momento.
Después de Evo, aparecieron los Storm, fabulosos Storm, un grupo más añejo que Evo y al que también recuerdo de mi adolescencia. Un plato de fideuá y dos gintonics más tarde, Rafa Basa presentaba a Medina Azahara y mientras el grupo empezaba a tocar, yo, todavía serena pero ya algo entonada, me atreví a acercarme más al escenario, siempre alerta y vigilante por la zona de los pies, a sacudirme con el resto del personal que había por ahí abajo.
Terminó Medina Azahara con un concierto espectacular en todos los aspectos. Empezando por lo buenos que parecen estar casi todos los músicos encima del escenario, ángeles del infierno vestidos de negro, con sus melenas al viento y pantalones ajustados, y acabando por la impresionante descarga que nos ofrecieron.
Al entrar Exkissitos, que representan a conciencia su papel de Kiss, incluso hablando en inglés con un asentiyo de por aquí muy divertido, me retiré a descansar.
Prolegómenos
Viernes. Tras conseguir una bici para transportarme, desayunar una ración de cazón y un par de buñuelos de chanquete maridados con un excelente zumo de naranja natural cosecha 2010, y darme un bañito en las calientes aguas del Mar Menor, pongo rumbo a la Pinada de San Blas. ¡Ah!, también después del pitorreo de la farmacéutica: me vio entrar cojeando, con la pulserita lila y rosa en la muñeca, cara de sueño bajo el sombrero calado hasta las cejas y los ojos rojos por la sal del mar, se echó a reír y con mucha guasa me soltó:
- ¡Claro, si es que con la marcha que lleváis!
Al llegar al recinto, uno de los guardias, muy amable, me ayuda a encadenar la bici a la verja junto a las puertas de entrada. En el escenario de la izquierda, Cuatro Gatos, bajo un sol de justicia, todavía, y un calor sofocante, realizan una actuación excelente. Buen sonido, marcha, y caña.
En el siguiente escenario, ya preparados y casi sin más dilación, Beethoven R, cuyo cantante luce piernas y torso, atacan su excelente actuación. Una particular versión de los primeros compases de la quinta sinfonía del alemán atronando por el recinto les da la entrada y empiezan con caña, mucha caña. La marcha entre el público no decae ni un instante. Iván, la voz del grupo, entre canción y canción y mientras lanza botellas de agua a diestro y siniestro, hace un llamamiento a la organización a ver si algún año les toca descargar a una hora que no sean las tres de la tarde.
Al acabar Beethoven R aparece en el escenario un hombre con camiseta amarilla y gorra que anuncia que a Picture “no les ha dado la gana de venir”, y que han encontrado una sustitución de emergencia “de calidad”, así que:
- ¡Con todos vosotros… Ángeluus Apátridaaaa!”.
El grupo sale arrollador con uno de los temas de su último disco, Clockwork, pero mucha gente empieza a circular hacia la salida del recinto, igual que yo. Parece que no soy la única a quien el thrash le resulta demasiado poderoso para sus oídos. Mientras me retiro hacia la puerta, intento imaginar cómo debe de sentirse el grupo al ver que la peña se va cuando ellos salen a actuar.
Me voy a descansar un rato, ponerme hielo en el pie, quitarme la sal del cuerpo y cambiarme para la noche. Vestida para matar, con las plumas de colores en la cabeza (hoy tengo ganas de guerra), me monto en la bici y me encamino al recinto.
En el escenario, Leo 037 descarga sus temas, entre ellos ese de premonitorio título, “Caminos de agua”. Qué voz tiene el tío, y el guitarrista, Ix Valieri, soberbio. No, soberbios todos. Lástima haberme perdido el principio de su actuación. Me voy a la barra a por mi barreño de minigintonic gigante y me coloco lo más delante posible que me permite mi prudencia, es decir, a la altura de las carpas de los técnicos del sonido. Y ahora… ¡Panzer! En realidad, quien me fascina sobre todo es Carlos Pina, su voz, la más bonita de la radio, y esa manera de hablar que tiene, que parece que te acaricia…
Panzer entran a matar con ganas, energía y un sonido potente. El cielo ya está para entonces seriamente cubierto y unos negros nubarrones se ciernen amenazantes sobre el recinto. Van desgranando tema tras tema mientras empiezan a caer algunas gotas y en ambos escenarios los operarios cubren el material con los plásticos intentando no tropezarse con los músicos. Pasadas las ocho y media y ya bastante oscurecido, Panzer se despide. La lluvia, coloreada por los focos, arrecia un poco más, pero todavía es soportable y a Panzer les da tiempo, justo, de terminar su actuación. Ni que me maten me acuerdo de con qué tema terminaron, pero sé que muchos asistentes, entre ellos una servidora, vieron el final de la actuación de Panzer desde el bar, bajo la protección de la carpa, mientras unos pocos valientes se quedaban ante el escenario. Después, la debacle.
Conciertus interruptus
Panzer abandonan la escena a toda leche, los operarios acaban de cubrir con plásticos todos los pertrechos y la gente que queda se precipita a cubierto. En unos pocos minutos, miles de personas nos encontramos apretujadas bajo la carpa sin apenas podernos mover. Los que ya no caben pasan corriendo en dirección a la salida, y en el otro escenario, uno de los miembros de Korpiklaani se despelota y baila en calzoncillos bajo la lluvia. O al menos eso me explicarían más tarde. Y yo, de espaldas al escenario, no lo vi. Para una vez que se despelota un ángel, voy y me lo pierdo.
Caen chuzos de punta, auténticas cortinas de agua y bajo la carpa del bar no hay quien se mueva, ni modo de llegar a la barra. En el stand de firmas aparecen una cámara y un micro que graban a la masa humana apretujada. Un rugido y un bosque de cuernos se alzan para la cámara y los de la prensa vuelven a refugiarse detrás de la valla.
Pasan los minutos, el aguacero se intensifica y se recrudece la tormenta. Rayos y truenos. Por ahí se ha dicho que también granizó, pero yo no lo vi. En cualquier caso, el cielo se nos está cayendo encima, y el calorcillo humano y la humedad empiezan a sentirse, y a olerse. Aparecen los guardias de seguridad que vienen también a refugiarse bajo la carpa. ¿Seguro que a refugiarse? ¿No será más bien a controlar que no pase nada? De momento nadie pierde los nervios, dominan las risas, las bromas y el cachondeo, y así seguirá hasta el final. Ya lo sabemos, el heavy no es violencia. De vez en cuando se escuchan coros y cánticos en el otro extremo de la carpa, cerca de la tienda de camisetas y del hospital y, en un momento dado, miles de voces al unísono arrancan a cantar:
- ¡Barra libre! ¡Barra libre!…
De repente, alguien exclama:
- ¡Agua! ¡Se me están mojando los pies!
Casi todos a una bajamos la vista y efectivamente, el nivel del agua está subiendo a toda velocidad y empieza a mojarnos zapatos, sandalias, pies y deportivas. ¡Bienaventurados aquellos que han venido con botas, porque para ellos será el reino de los pies secos! Ha llegado el momento de hacer algo. Mis lumbares y mis pies comienzan a resentirse. Pienso en refugiarme en los váteres, si llego, porque el nivel del agua está ya alto, y hay riesgo de patinazo. Me visualizo esperando empapada a que pase la tormenta sentada sobre un agujero del que emanan gases diversos en el interior de un húmedo y caluroso cubículo de plástico maloliente (hace ya horas que han pasado los camiones de la limpieza) y ensordecida por el agua golpeando techo y paredes durante a saber cuánto tiempo, horas quizás… Decido solicitar asilo en el hospital de campaña. El agua fangosa ya me cubre casi los dedos de los pies. No lo pienso más. Me abro paso con los codos, abandono el refugio y, a toda la velocidad que me permiten los pies averiados, el suelo encharcado y resbaloso, el tremendo aguacero y la prudencia, consigo llegar, calada hasta los huesos, al inundado hospital. Muchísimas gracias al personal del SAMUR y de Protección Civil por dejarme sentar en una de las camillas mientras ellos achican el agua. También se ha refugiado una pareja de Jaén, un padre y su hija, que venían expresamente a ver a Korpiklaani.
Pasan los minutos, y las horas. Por fin, pasadas las diez y media, ya se puede salir. El suelo ha ido absorbiendo parte del agua y se puede caminar un poco por el recinto, aunque con mucha prudencia. La gente va pasando en dirección a la puerta y en seguida en dirección contraria. Curioso, ¿será que ya están a punto de reanudar el concierto? Mi gozo en un pozo. La entrada se ha inundado y están enviando a la gente a la salida de emergencia junto al bar. En los escenarios, desmontan.
La bici está inalcanzable, rodeada por un lago, y los de seguridad, preocupados por los borrachos que quedan en el recinto y que no parecen querer marcharse, no pueden ayudarme a rescatarla. Aunque la tengo amarrada a la valla con un candado “que no rompe ni Superman”, sólo me queda rezar para que siga ahí mañana.
Resignada, saco el móvil para llamar a un taxi, pero se me ha mojado y no funciona. Genial. El camino al goce pasa por el sufrimiento. Arranco a caminar, despacio. Más de un kilómetro por delante con un pie lesionado. Empiezo a lanzar imprecaciones contra el destino y la meteorología, e invoco a todos los santos y los diablos que conozco (más de los últimos que de los primeros) para que algún alma generosa se apiade de mí y me lleve a casa. Estoy a punto de sacar el pulgar ante los coches cuando aparece una lucecita verde. ¡Taxi libre! Gracias, dios del rock and roll, por concederme la misericordia de poder llegar a casa sobre ruedas.
¡Apariciones!
Sábado. Equipada con la grabadora, todavía sin utilizar, el cuadernillo de notas más virgen que yo, el sombrero, la botella de agua y las ganas de marcha, llego a la Pinada de San Blas en taxi. ¡Buf! La bici sigue ahí, y por si no la he visto, los de seguridad de la entrada, casi a coro, me lo confirman. ¡Gracias tíos! Desde aquí mi más sincera felicitación y agradecimiento a todos los miembros de la seguridad del Leyendas por el trabajo realizado.
Al entrar, bajo un sol de justicia y un calor abrasador, vivo una experiencia cuasi místico-orgásmica, un éxtasis. Allí, levitando encima del público, una deslumbrante y cegadora figura de plata centellea bajo el sol del mediodía, su resplandeciente cabellera rubia agitándose al viento, mientras con voz rota anuncia “esta es una noche de rock and roll…” ¡Se me acaba de aparecer el dios del metal! “Oh hermosura que excedéis a todas las hermosuras…”. Galvanizada, estoy a punto de caer de rodillas para adorarlo, “vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?”, pero el flamígero dios deja de levitar, desciende y se sumerge, radiante, entre el fervoroso público. Al cabo de unos minutos, la argéntea y relampagueante figura nada sobre el océano negro sembrado de cuernos y se eleva, cual llama eterna, hasta el escenario, al son de una soberbia música infernal interpretada por robustos ángeles ataviados de negro. La banda consigue levantar el festival y volver loca a la peña y eso que todavía no ha dado la una del mediodía.
Portentosa visión la de Oscar Sancho enfundado en su plateado y metálico traje, saltando sobre el público, encaramándose al andamiaje, haciendo subir a niños a cantar al escenario  y lanzando botellas de agua al respetable, todo ello sin que la marcha decaiga ni por un segundo mientras el grupo suelta una impresionante tralla sin descanso.
 de este lujurioso calentón, las potentes descargas de Uzzhuaïa, Atlas, Badana y Centinela mantienen el ritmo y el calor hasta que llega otro de los platos fuertes del día, al menos para mí, Saurom. Todo ello acompañado de un par de granizados de limón y de un gintonic recargado que alguien me sirve. Tengo que suplicar más tónica y hielo porque tengo que conducir. La bici, claro. Desde aquí, una gran felicitación también a todo el personal que atendió la barra del bar, siempre sonrientes y amables.
Así entonada, me atrevo ahora a acercarme más, por la banda izquierda del escenario hasta casi las primeras filas, una maniobra de aproximación que me acerca a la “entrada de artistas”. La fortuna me acompaña hoy: aparece Vicente Romero, me acerco a saludarle y después de una foto me proporciona acceso al backstage. ¡Genial! Por cierto que el Mariskal se ha dejado su pulserita-pase lila en el coche, rota, y los de seguridad, que no lo conocen, no le dejan entrar otra vez en el backstage. Se hace necesario buscar y encontrar a algún mandamás de la organización para que le dejen entrar, y a mí con él. Más tarde me conseguirá una pulserita amarilla, con la que podré circular libremente por donde yo quiera. ¡Gracias Mariskal! ¡Muak!
Empiezo a estar sudada y con ganas de descansar un rato. Me voy, devuelvo la bici, me refresco en la ducha, me visto para matar otra vez   y regreso al recinto.
El clímax - descargas impresionantes
Acaban de empezar Tygers of Pan Tang. La masa de gente agitándose, brazos en alto, coreando estribillos es ahora mucho mayor, tanto o más que cuando tocaron Medina Azahara el jueves, o esta mañana Lujuria. Todo parece indicar que el clímax de mi desfloración festivalo-rock-jevimetalera va a ser sonado. Ahora ya, perdidas cualquier timidez, prudencia y recato, me acerco descaradamente al escenario, por la banda izquierda, hasta las primeras filas y me acerco a un grupo de tíos con pinta de guiris que no paran de bailar. Me llama la atención el sonido diferente de esta banda, yo diría que menos estridente, menos agudo que todo lo que llevo escuchado hasta ahora, pero igual de potente que todos. Siento la vibración de la música que sale de los altavoces, aunque me extraña que no me estallen los tímpanos. Supongo que eso es bueno.
Terminada la estupenda y cañera actuación de Tygers, llegan Warcry. Una descarga brutal, aunque me hubiera gustado escuchar “Nana”.
Aparece Vicente Romero con uno de los fotógrafos de Heavy Rock y Kerrang. Me voy con ellos un ratito al backstage donde me sacan unas cuantas fotillos con Fortu y Paco de Obús, con Oscar, y con parte de Los Suaves (Yosi está borracho y no está para fotos, me dicen). A partir de ese momento entro y salgo del backstage. Siento una curiosidad malsana por descubrir los secretos que se ocultan tras el escenario. Además, eso me sirve para dejar descansar un poco los tímpanos.
Después de Warcry, Saratoga. Fabulosos (qué bueno está Nico del Hierro) y vaya voz la de Tete Novoa cantando, magnífica, aunque me sorprende una barbaridad la voz que tiene cuando habla, igual de aguda que cuando canta, pero mucho menos atractiva. Un conciertazo, sí señor.
Tras Saratoga, Los Suaves. ¿Por qué a Yosi le gusta tanto enseñar el ombligo? ¿O será que lo que enseña orgulloso es la tripona preñada de cerveza? Cuando llevan tocando casi una hora, un tío alto con una gorra que tengo detrás me pregunta
- ¿Están acabando ya?
- No se han despedido todavía - contesto.
- Los viejos roqueros nunca mueren- replica.
Me echo a reír y pienso, “diálogo de besugos”.
- No - digo - no se han despedido de esta actuación todavía.
El hombre también se echa a reír.
- Soy Ángel - me dice, - el hermano de Marcos Rubio. Me doy la vuelta y devuelvo el saludo:
- Yo soy Rosa - y nos saludamos con un par de castos besos, al mismo tiempo que le felicito por la organización de la cosa.
El momento culminante está a punto de llegar. Tras Los Suaves, la temperatura sigue subiendo. Barón Rojo la ponen al rojo vivo, y la aparición de Obús, al blanco. El clímax. Después de una entrada muy sinfónica cae el telón, aparecen Fortu, Paco y colegas, se encienden unas bengalas en el escenario y da comienzo la traca final con el “Corre Mamón”. No recuerdo lo que tocaron, pero es igual, caña, tralla y marcha, batucada del batería, el “Vamos muy bien” con Oscar Sancho, el estribillo “prepárate, va a estallar el obús” con unos niños metaleros, mientras Fortu, a quien “se le pone morcillona”, dice (¿será por eso que se cubre las partes con las mangas de esa camisa atada a la cintura?), la lía por el escenario, y en general ejerce de mejor frontman de este país.
¡Dios, qué manera de perder la virginidad!
El final de la actuación de Obús se alarga bastante y veo en el escenario de al lado a José Carlos Molina y a Judit Mateo, instrumentos en mano, mirando con impaciencia (o así me lo parece) hacia su izquierda mientras el Fortu entretiene a la peña haciendo el pino y otros números circenses que ahora no recuerdo.
Tras el clímax, el reposo de la guerrera. Ñu y Judit Mateo empiezan con un tema que, después de todo lo anterior, me parece muy tranquilo y relajante. Y Judit Mateo bastante sosa en las presentaciones. Debajo del andamiaje veo a Marcos Rubio y, aunque no nos conocemos, le felicito. También tiene cara de cansado. Me voy a sentar a la zona paunratico, junto al stand de firmas, para tomar un par de notas antes que se me olvide todo lo que acabo de ver y oír. Me entra la bostecera, siento los párpados pesados y me abruman el sueño y el cansancio. Me despido de Antonio Vázquez y de José Luis Martín, los redactores-fotógrafos (gracias por las fotos), salgo del recinto, llamo un taxi, y, al sonido del violín y de la flauta, me alejo del lugar y me voy a dormir.
Fin de fiesta - anticlímax
Tres horas y media más tarde, despertador, café, ducha, vístete, cierra la maleta, devuelve las llaves del apartamento, espera el taxi, y a la estación. Necesito desayunar algo, ¡ya! El bareto enfrente de la estación de Balsicas ofrece, a las nueve de la mañana, zumo artificial de bote barato y pastas de plástico, además de mogollón de humo de tabaco y olor a colillas. ¡Puaj! Salgo al andén a esperar el Altaria, respirar aire fresco y disfrutar del relativo silencio. Los altavoces de la megafonía emiten un intenso y estridente zumbido muy desagradable que resuena por toda la estación. Aferrada a mi maletita me aparto de ellos y en mi fuero interno pienso. “Qué escándalo”. Ya la hemos cagado, ¡oh Dios!, ¿qué he hecho yo para merecer esto? Se me acaba de meter en la cabeza una tonadilla insidiosa, y por mucho que intente alejarla cantando para mis adentros algunos de los temas que he oído en estos tres días de festival, hasta que cambio de tren en Murcia y desayuno por fin a bordo del Talgo, no consigo librar mi mente de ella.
De los cuatro objetivos con los que salí de casa, no todos han sido cumplidos. Sí, he gozado como una posesa con la música; sí, he perdido mi virginidad festivalo-rock-jevimetalera; he conseguido grabar algunas palabras de Rafa Basa, pero nada de cualquier otra persona, y tomar algunas notas; y, colmo de la ignominia, ¡he decepcionado a mi madre! El dios del rock and roll me ha castigado por ello con esa maldita tonadilla, ¡”Escándalo, es un escándalo” de Raphaël!
Texto: ROSA SALLERAS

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